Fue Encerrada En Un Manicomio, Pero No Estaba Loca: Su Gran Hazaña Cambió La Historia

Esta historia es sobre Elizabeth Cochran Seaman quien nació en 1864 en una ciudad de Pennsylvania, Estados Unidos. Su padre había muerto cuando aún era niña y tuvo que ayudar a su madre a mantener a la familia de 14 hermanos. Los horribles cánones de la época que dejaban a la mujer en una segunda categoría siempre hicieron que Elizabeth creciera en una familia donde las mujeres no sólo podían, sino que debían encontrar un oficio para evitar pasar hambre.

Un día estaba leyendo el diario Pittsburgh Dispatch y halló la columna “Para lo que sirven las niñas”, en ese momento la furia la superó. La idea de que las mujeres sólo servían para quedarse en casa y criar hijos era tan ofensiva como ridícula. Ella, su madre y hermanas eran prueba viviente de que “las niñas” podían hacer mucho más que procrear. Escribió una dura carta al editor del periódico, quien quedó tan impresionado con su estilo de escritura que decidió darle la oportunidad de su vida: un puesto laboral. Con sus palabras, Elizabeth podría demostrarle a él y al mundo para lo que ella “servía”. Y no lo decepcionó. Ella usó el  seudónimo Nellie Bly, Elizabeth para escribir atrevidos artículos sobre los derechos de la mujer y los problemas que las aquejaban. Solía disfrazarse y meterse en lugares como fábricas, refugios y tiendas para exponer las terribles condiciones en que las mujeres se ganaban la vida.

Su “desenfado” y rotunda negativa a escribir sobre “temas femeninos” como jardines, chismes y moda acabó por romper la relación entre Elizabeth y el Pittsburgh Dispatch, pero la motivó a mudarse a Nueva York.  El Nueva York del 1880 era una olla a presión de personas, pero gracias a su particular carrera Elizabeth logró encontrar trabajo en un periódico con una asignación muy particular. Querían que se infiltrara en un manicomio. El Women’s Lunatic Asylum (“Asilo de mujeres lunáticas”) en la isla Blackwell estaba rodeado de espantosos rumores, pero nadie sabía qué pasaba realmente allí dentro. Se hablaban de terribles torturas, pero los empleados no admitían nada y nadie le creía a las indefensas pacientes. Elizabeth aceptó el desafío, acordaron que la sacarían 10 días después y comenzaron a prepararse para una tarea difícil. Lo que Elizabeth no sabía es que estaba por conocer el infierno en la tierra.

El manicomio tenía al doble de pacientes que podía mantener, en condiciones infrahumanas. La comida era pan añejo o crudo, carne a medio podrir, caldo y agua sucia. Habían ratas por todas partes. Las pacientes eran golpeadas, amarradas a diferentes lugares e incluso abusadas sexualmente. El castigo más suave eran baldes de agua helada a cualquier hora, por cualquier motivo. Más tarde Elizabeth diría que a pesar de haber estado fingiendo una enfermedad mental, las condiciones del hospital eran tan terribles que habrían vuelto loco a cualquiera en menos de un mes, incluso si no lo estuviera. Se encontró con muchas mujeres que no tenían ninguna enfermedad. Sólo eran personas muy pobres o que no sabían inglés. Y las pocas mujeres realmente enfermas pasaban un calvario.

Por fortuna, un abogado llegó a buscar a Elizabeth 10 días después y la mujer escribió un libro entero sobre lo que había vivido: Ten Days in a Mad-House, “Diez días en la casa de la locura”. Los gráficos detalles de su relato espantaron y fascinaron a la sociedad al punto de que por fin se inició una investigación que contó con la ayuda de la periodista. Afortunadamente, un jurado decidió que el presupuesto del Departamento de Caridad Pública y Correccionales necesitaba un aumento de $850,000 dólares y comenzó a hacer fiscalizaciones mensuales. Elizabeth Cochran continuó con su espectacular vida luchando por los derechos de la mujer y se la considera una de las precursoras del periodismo de investigación.

Por desgarcia, fue su trabajo lo que hizo que ella se convirtiera en una enemiga personal del dictador mexicano Porfirio Díaz. Compitió contra otra mujer periodista, Elizabeth Bisland, para dar la vuelta al mundo en menos de 80 días (se tardó 72). Se casó con un empresario millonario y comenzó a inventar y patentar artefactos como barriles para cargar leche y basura. Tristemente, sus aventuras le pasaron la cuenta y falleció de neumonía en 1922, a la edad de 57 años. Dos años antes, en 1920, las mujeres en Estados Unidos ganaron su justo derecho a votar.

Esta mujer fue una de las primeras en indignarse por las condiciones en que eran tratadas las mujeres de su época. Luchó con éxito contra la injusticia y quedó por siempre en la historia.

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